La vida del payaso

Hoy en día es muy complicado ser payaso. Somos una rara avis. Hay miles de electricistas, informáticos, médicos, maestros. Pero, ¿y payasos? Decidme cuántos de vuestros amigos o conocidos son payasos. ¿Alguno? Seguro que no.

No siempre fue así, claro. No hace falta remontarse a la época medieval donde todos los reyes tenían un bufón.  Aunque nunca me ha gustado, la verdad. En una época de esclavitud los bufones eran un esclavo más. Pero no voy a dar clases de Historia, soy un payaso, no un historiador.

Los payasos de ahora, pocos, claro, echamos de menos la época dorada de los payasos. Parece imposible, pero hubo una época dorada de los payasos. Pongamos, no sé, hace 50 años. Los payasos vivíamos bien por aquel entonces, era diferente. Animábamos todo tipo de festividades, no sólo cumpleaños de niños, que también, teníamos programas de televisión, realizábamos actuaciones en circos y ferias… ¡Era genial! Pero ahora los niños no se entretienen con nosotros. Ven programas y series que les lavan el cerebro, están todo el día cara el ordenador, ya no quieren payasos en sus cumpleaños.

Yo ya sabía que la profesión estaba muerta cuando me metí a esto, por supuesto. Pero no se puede luchar contra una vocación. Cuando con todo tu corazón deseas  algo, dedicas tu vida a conseguirlo, y no te importa nada más que tenerlo. Pues yo quería ser payaso, lo deseaba, lo ansiaba, como el preso que desea la libertad o como el niño que ansía los cuidados de su madre tras desollarse las rodillas jugando en el parque.

Y no fue fácil. Imaginad a mis padres cuando, con tan sólo diez años, les dije que quería ser payaso. Evidentemente, al principio pensaron que sería algo pasajero, que se me iría con el tiempo, como cuando dices que quieres ser futbolista o astronauta. Pero pese a esa vana esperanza, me trataban como a un loco. Mi hermana decía que quería ser Miss Universo y estaba bien, pero ¿un payaso? Nanay. Realmente comprendo su frustración, si hubiera elegido un oficio diferente ellos estarían orgullosos de mí y no me resultaría complicado llegar a fin de mes. Aunque, bueno, en estos tiempos que corren, no es fácil para nadie.

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A pesar de que la vida no me ha tratado bien, todos los años he hecho alguna que otra actuación, y ahora mismo estoy preparando mi última función. No soy muy mayor, apenas paso de los 40, pero he decidido abandonar mi sueño, vivir el resto de vida que me queda de una manera totalmente diferente y la mejor manera de hacerlo es con una última función. Tiene que ser una función espectacular, de esas que la gente la recuerde durante años. Es complicado, lo sé, pero lo haré lo mejor que pueda.

Para ello ensayo varias horas al día. Llevo un mes entero puliendo cada detalle de la actuación. Acabo exhausto, pero si todo sale bien, podré estar orgulloso. Cada mañana me levanto, tomo un abundante desayuno, me visto con mi mejor traje de payaso y me maquillo. Maquillarse es lo más complicado. Soy una persona muy meticulosa, me gusta ensayar con un maquillaje y un traje impolutos, así que preparar mi ensayo puede durar una hora, puede que hora y media. Después toca ensayar delante del espejo. Practico mi voz de payaso. Todos los payasos tienen una voz. Se la inventan, tiene que ser una voz que contagie el humor a todo el mundo. La voz del payaso es muy importante. Tanto como su maquillaje y su traje. Uno puede tener un buen traje y estar bien maquillado, pero sin una buena voz, no vale para nada. He conocido a muchos que intentaron ser payasos y fracasaron en su primera actuación por no tener una voz adecuada.

La actuación final se acerca. Primero faltan cinco días. Luego cuatro. Cuando faltan tres, me cuesta ensayar. Sudo mucho por los nervios y el maquillaje se corre fácilmente. Me lavo la cara, me relajo y me vuelvo a maquillar. Me estoy dejando un dineral en maquillaje, sólo por una actuación. Pero de esta depende que sea recordado o sea un fracasado más. Es como una inversión para obtener un premio mayor. Un premio que no sé si conseguiré.

Faltan dos días y me he vuelto un yonki de las tilas. Me ayudan a relajarme, tengo menos nervios y sudo menos. Vuelvo a ensayar con normalidad cara el espejo. Tengo que transmitir toda la expresividad que permita el maquillaje blanco y no es fácil. Alegría. Enfado. Tristeza. Seriedad. Miedo.

Falta un día y ya no ensayo. Que sea lo que tenga que ser, un ensayo más no marcará la diferencia entre el éxito y el fracaso. Me dedico a repasar mentalmente todo lo que haré. Mido los movimientos que haré, milímetro a milímetro. Repaso cada segundo de mi actuación.  Así todo el día. Mientras desayuno, mientras paseo al perro, mientras voy a comprar tabaco, mientras como, mientras veo la tele, mientras leo, mientras preparo la cena, pero no cuando ceno.  Toca relajarse para poder ir a dormir tranquilamente.

Sorprendentemente, paso una buena noche. Me levanto pronto, aún no ha salido el sol. Me ducho, tardo cerca de una hora en salir de la ducha. Me pongo mi mejor traje y me maquillo. Otra hora más. Reviso mi bolsa, en ella suelo llevar todo el material que necesito para mis actuaciones. Hoy es mi última actuación, por eso pesa más que de costumbre, tiene que ser una actuación memorable. Entro en el coche y hago una ruta mental. Recto, giro a la derecha, otra vez recto, giro a la derecha y encaro una gran avenida. Soy consciente de que llamo la atención mucho más de lo que me gustaría. Izquierda, derecha, recto y llego. Inspiro hondo y suelto el aire y me encamino hacia la puerta. Entro y suelto un grito atronador:

— ¡Esto es un atraco, que nadie se mueva o me lo cargo, joder!— grito sonriente mientras saco la recortada de la bolsa.

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